sábado, 9 de mayo de 2015

Detrás del héroe de Vivar: caballero, padre y persona




Quizás el Cantar de Mio Cid haya marcado un antes y un después en la literatura española medieval. No es sólo un simple cantar de gesta o una alabanza a una de las figuras más relevantes de la época. La importancia del poema no radica en su antigüedad o en el mero hecho de ser la primera obra narrativa extensa en lengua romance, sino en mostrar a un protagonista diferente al resto de caballeros de los demás cantares de la Edad Media, como Roldán; un protagonista con un gran sentido de la justicia que tiene que hacer frente a dos desgracias resultantes de la deshonra: es humillado como caballero y como padre. La valentía y la mesura de Rodrigo Díaz de Vivar convierte sus hazañas del poema en todo un ejemplo de superación; en otras palabras, el poema deja ver una explosión de emociones bañada de una inyección de épica histórica.

El Cantar de Mio Cid se divide en tres partes: el destierro del Cid, las bodas de sus hijas y la afrenta de Corpes. Es precisamente la primera parte donde brotan más los sentimientos. Al manuscrito que conservamos le falta una página inicial, por lo que gracias a la ausencia del principio, nos encontramos ante un ''inicio'' peculiar, donde un Cid abatido por la tristeza se dispone a dejar su hogar, con unos movimientos cinésicos que recuerdan a la nostalgia de las películas.

El Cid, en definitiva, es el caballero perfecto: cristiano, fiel y diestro en la batalla. El hecho de que llore lo convierte más en humano que en ''caballero idealizado'': todos lo pasamos mal cuando nos quitan lo que más queremos.. Es su inocencia lo que acrecenta la tristeza del caballero, y aún así expresa su llanto en silencio, siendo consciente de que a partir de ahora recuperar la honra no va a ser fácil. Aunque la parte de las bodas de las hijas y la afrenta de Corpes sean ficción, algo de realidad tienen en lo que se refiere a la situación del Cid: si recupera la honra tras ser perdonado por el rey todo sería demasiado literario y demasiado fácil. Tendrá que ser humillado de nuevo para comprobar que, en definitiva, la vida es un camino que hay que recorrer con piedras. Esto le puede pasar a una persona real y actual en su vida perfectamente: cuando pensamos que hemos salido de un problema, llega otro. Por lo tanto, el Cantar de Mio Cid da un paso más en el proyecto existencial de su protagonista, llevándonos a un plano donde el final feliz desemboque posiblemente en el futuro en otro problema que se presente en la vida de Rodrigo y sus familiares.

El Cid es desterrado porque sus enemigos lo han puesto en contra del rey, máxima autoridad. En verdad, esto era cierto y supone la única parte del cantar que está basada en hechos históricos. El dolor del destierro se manifiesta en el caballero como algo malo que tendrá sus frutos buenos en el futuro. Rodrigo podría no haber mandado los bienes de las tierras que iba reconquistando al rey, pero, sin embargo, es de lo primero que se preocupa tras derrotar a los moros de ese territorio. Podría haber sido egoísta y vengativo, incluso arrogante, y hacerse poderoso para pronunciarse contra el rey o para que éste se arrepintiera de su fatal decreto. El hecho de que le siga teniendo fidelidad a Alfonso VI lo convierte en una persona fiel y sin ningún tipo de rencor. Pero el Cid no es el único que sufre. El dolor de la injusticia por condenar de esa manera a un caballero tan fiel se proyecta en sus familiares, en los habitantes de Burgos y hasta en sus caballeros, como se ve en los versos 2941-2942, cuando Muñoz Gustioz se siente deshonrado por la traición de los infantes de Carrión:

Ya vos sabedes la ondra que es cuntida a nos,
quomo nos han abultados ifantes de Carrión.

Es tanto el éxito presagiado del Cid que se convierte en señor de Valencia tras sus sucesivas victorias con los moros, consiguiendo el perdón del rey que un día le dio de lado por falsas acusaciones. Pero cuando Rodrigo está en la cumbre, un nuevo problema aparece, esta vez relacionado con la sangre, y no con la política. Los infantes de Carrión, esposos de las hijas del Cid, maltratan a sus mujeres y las abandonan. El éxito que el Cid consigue en la segunda parte del cantar, las bodas, se ve truncado por la tercera parte, la afrenta. Esta vez, un padre dolido se enfrenta a los infantes no en un duelo salvaje, como hubiera hecho cualquier padre de la época, sino reclamando la más modesta de las justicias en un juicio ante el rey. Rodrigo demuestra no sólo su destreza en la batalla para conseguir territorios que agraden al monarca, sino también su sentido de lo que es y no es justo, proclamándose vencedor del juicio de sus enemigos. Deducimos de este pasaje que el juglar que compuso esta parte del Cantar era culto, ya que debía poseer ciertos conocimientos de abogacía. Son dos los personajes los que hacen mal al Cid: el rey (indirectamente), ya que es el culpable de sus dos desgracias (destierra al Cid y casa a sus hijas con los que serán sus enemigos), y los infantes de Carrión, viles nobles que son caracterizados como cobardes, al saldar sus cuentas con el Cid a través de las hijas de éste, lo que ennoblece y alaba todavía más al Campeador, propósito fundamental del poema.

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